La industrialización de la masacre de seres humanos consagrada por Adolf Hitler (y sus muchos millones de seguidores) fue anticipada por él casi una década antes de que llegara al poder. Su plan de extermino de personas fue puesto por escrito en Mein Kampf (Mi Lucha). Ese texto es un ejemplo paradigmático de una obra que atenta contra la humanidad. ¿Qué hay que hacer con Mein Kampf? ¿Lo leería? ¿Lo compraría? ¿Lo tendría en la biblioteca?

Esas preguntas, que prima facie parecen redundantes pero que terminan revelándose casi como categorías diferentes de cuestiones, prácticamente no encuentran respuestas iguales. De la consulta a lectores de libros que desempeñan actividades muy diversas entre sí (políticos, docentes, profesionales, comerciantes, estudiantes...) surge que unos jamás tomarían contacto alguno con el texto que Hitler escribió en 1924, durante la confortable condena que purgó en la cárcel de Landsberg como consecuencia del fallido golpe de Estado que en 1923 intentó dar con su Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes. Lo rechazan porque contiene los mayores males que la humanidad ha presenciado. Tal vez pueda haber otras abominaciones de hombres contra hombres tan espantosas como las que los nazis planearon y ejecutaron, pero no las hay peores.

Otro, en cambio, advierte que sí aceptaría un ejemplar de Mein Kampf si se lo regalasen, pero aclara que no lo compraría, porque significaría financiar a quienes lo reimprimen.

Finalmente, están quienes admiten que sí comprarían el texto maldito. Sus argumentos se agrupan en torno de los alegatos por la conciencia histórica. De que el asesinato sistemático de personas que profesaban la fe judía, de gitanos, de homosexuales, de discapacitados, de individuos de etnia negra y de etnia eslava, de prisioneros de guerra soviéticos, de seres humanos de nacionalidad polaca (aunque no fuesen judíos), de testigos de Jehová o de opositores alemanes (aunque fueran lo que el nazismo llamaba “arios”) no debe ser olvidada. Más aún: su memoria no puede ser imprecisa. De allí que aunque se trate de un texto despreciable y revulsivo, no puede ser obviado.

Ética versus historia

El primero, referido a si la libertad de expresión aplica para Mein Kampf. El segundo, acerca de si se puede enseñar Historia Contemporánea sin haber leído el texto de Hitler.

Precisamente, la síntesis del primer debate enfrenta esas dos posiciones: ética vs. historia. Y las posturas son tan irreconciliables como válidas. Pero hay un denominador común entre ambas: ni siquiera los que aceptarían leerlo están convencidos de tenerlo en la biblioteca. Hay “creo que sí”, “no estoy seguro”, “creo que no”, “no lo había pensado” y “no”. Pero no hay un “sí” indubitable. Y eso lleva la cuestión a otro estadio. Específicamente, al del valor que los libros tienen como objetos.

Quienes rechazan de plano cualquier contacto con Mein Kampf. argumentan que el fin de la II Guerra Mundial no significó en modo alguno el fin de la xenofobia, el racismo, la discriminación. Y que el texto de Hitler sirve para exacerbar esos odios.

Mein Kampf, la historia un libro, publicado por Antoine Vitkine en 2008 (los argentinos lo conocimos, traducido, cuatro años después) representó la bienvenida posibilidad de saber qué dice y qué impacto provocó el escrito de Hitler, sin necesidad de acceder a ese texto. Sin tener siquiera que hojearlo.

Es que el escrito del genocida alemán es, en sí mismo, la esencia del mal. Y da esa impresión, precisamente, porque se trata de un impreso. La palabra libro, según rastrea Joan Corominas en su Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico, proviene del latín liber: “parte interior de la corteza de las plantas, que los romanos emplearon a modo de papel”. Análogamente, Mein Kampf se presenta entonces como la parte interior del peor hombre de la historia de la humanidad.

Justamente, ahí parece asomarse un razón para que Mein Kampf sea tan demandado como e-book: se puede leerlo sin que, técnicamente, se esté leyendo un libro “material”. Se puede guardarlo sin que se encuentre en el mueble de la biblioteca. Sin temor a que contamine los otros libros. Y se puede eliminarlo sin que se caiga en la práctica fascista de destruir libros.

Mein Kampf, un libro escrito por un reo golpista que prometía el exterminio de millones y el saqueo de naciones, se convirtió en un objeto que se estudiaba en las escuelas, que se veneraba en las casas, que se regalaba en cumpleaños, en fiestas de aniversarios y en bodas, y que los gobernantes aplicaron para concretar el exterminio de millones y el saqueo de naciones.

“Escritor”

Entre mediados de la década del 20 y mediados de la década del 40, llegó a vender sólo en Alemania, según las fuentes que se consulten, entre 12 millones y 15 millones de ejemplares. Su trágico éxito fue inmediato. Y Hitler, que escribió la más horrenda página de la historia reciente, se sintió profundamente impactado por ser el autor de un best seller. Hasta tal punto de que, según da cuenta Jorge Carrión en su ensayo Librerías, a partir 1925, cada vez que llenaba su declaración de renta, en el casillero correspondiente a “Oficio” el genocida anotaba “Escritor”. Porque las ironías malditas son el postre favorito de la Historia.

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